El Santo Entierro de hace un siglo (Diario de Cádiz)

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La hermandad del Santo Entierro es de las de mayor historia y relumbre en las salidas procesionales. De aquellos grandes cortejos quedan hoy los archivos y las hemerotecas, y la ciudad sí pudo legar la espectacular urna de plata y cristales, y el no menos valioso paso de Virgen de la Soledad. Un gran epílogo para la Semana Santa de cada año. Una muestra de la grandiosidad, casi espectacularidad, de esta procesión del Santo Entierro aparece claramente reflejada en la crónica de la procesión de hace un siglo.

El cortejo, que ciertamente hoy tendría difícil encaje en la estética y el modo en que nos hemos acostumbrado a ver un desfiles procesional, salió ese año de la iglesia de San Agustín, donde la hermandad radicaba entonces (y hasta 1926). Y en él formaba parte también el paso de las Angustias, que ese año procesionaba junto al Santo Entierro.

Según narra la crónica de Diario de Cádiz posterior al Viernes Santo, en el cortejo figuraban varias representaciones. Tres niñas iban vestidas de arcángeles; también marchaban en el desfile las representaciones de la Fe, la Esperanza y la Caridad (esas que hace unos años recuperó la hermandad de Afligidos en su cortejo del Jueves Santo); y lo más llamativo era la presencia de “tres carrozas con representaciones vestidos de ángeles con los atributos de la Pasión”. Diez ángeles, en concreto, subidos en esas carrozas difíciles de imaginar. Este curioso apartado de representaciones lo cerraba la de la Mujer Verónica, que también desfilaba en el cortejo.

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Del paso de la urna dice la crónica que aquel año iba conducida por cuatro presbíteros “revestidos de casulla y estola”. Algo así como se recuperó en la procesión del Corpus para las maniguetas de la Custodia.

Y del paso de la Virgen de la Soledad describe lo siguiente el periódico, con todo detalle: “La grandiosa camilla de ébano y plata; el suntuoso vestido y manto de terciopelo bordado de perlas finas; los seis magníficos ramos de olorosas flores blancas, rosas en su mayoría; los grandes jarrones y centros de plata cincelada que contenían aquellas flores; la brillantísima iluminación eléctrica, de calcileno y de cera, y, por último, las soberbias y valiosas alhajas que llevaba prendidas la Señora, constituían un todo admirable que hacía honor a la cofradía que lo presentaba”, reflejaba la crónica.

Esta suntuosa procesión del Santo Entierro, en una Semana Santa en la que Servitas se tuvo que quedar sin salir al no haber fondos económicos suficientes para abonar todos los gastos que conllevaban las salidas, era acompañada por la Corporación Municipal, que se incorporó bajo mazas al cortejo a su paso por la plaza de San Juan de Dios y la puerta de la Casa Consistorial, actuando ese día como alcalde Arturo Gallego.

Curiosamente, días antes del Domingo de Ramos se había celebrado una reunión de la Junta de Procesiones en el despacho del alcalde, García Noguerol. Pero en la procesión del Viernes Santo presidió la Corporación Arturo Gallego, en calidad de alcalde interino que tan sólo días después sería reafirmado en el cargo (hasta diciembre de 1922). Por tanto, prácticamente se estrenó en esta procesión del Santo Entierro el que sería alcalde de la ciudad. Las cofradías, de nuevo, como testigos de los cambios de gobierno y la actualidad del mundo que les rodea.


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