Un grupo de gaditanos se propuso hace un siglo refundar la cofradía de Buena Muerte “con el carácter serio y devoto que reviste en Sevilla, por ejemplo, la del Gran Poder”
El Viernes Santo de 1921 salió la procesión por primera vez
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PABLO DURIO.
Un grupo de devotos gaditanos, una carta dirigida al obispo, una especie de decálogo que marcaría el carácter de una hermandad que entonces estaba por hacer, por crear, a partir de una talla que deja sin palabras a quien la contempla. Este año se cumple un siglo de la refundación de la cofradía de la Buena Muerte; o de la creación, porque la propuesta que en 1920 trasladan al obispo de la diócesis un grupo de 65 devotos marcaría un camino que hoy sigue vigente en muchos términos. Tanto marcó ese objetivo, que en poco tiempo y hasta la actualidad la hermandad pasó a conocerse como la del Silencio.
El origen de la cofradía de la Buena Muerte está a finales del siglo XIX y en la figura de Cayetano del Toro, inquieto gaditano donde los haya que tuvo claro que una talla del calibre del Crucificado de San Agustín no podía estar los 365 años colgado de ese muro de la iglesia, sin más culto y sin mostrarse a la ciudad. Y así fue cómo a partir de 1894 la Buena Muerte se pone en marcha. Pero sería un período bastante corto, de apenas veinte años, pues con la muerte de Cayetano del Toro (en 1915) la cofradía desaparece, deja de tener actividad. MÁS INFORMACIÓN
Hasta que en el año 1920 un grupo de devotos se decide a enviar al obispo de la diócesis, Marcial López Criado, un documento que denominan “Proyecto para sacar procesionalmente en Semana Santa la imagen del Señor de la Buena Muerte”, que resulta ser un compendio de cómo debía ser la hermandad y que conserva la corporación en su archivo.
“Existiendo en Cádiz varias cofradías que organizan en Semana Santa procesiones que brillan por su suntuosidad se trata de crear una más con el carácter serio y devoto que reviste en Sevilla, por ejemplo, la del Señor del Gran Poder, a base de la hermosa imagen del Señor de la Buena Muerte”, trasladan en primer lugar estos gaditanos entre los que se encontraban José María Pemán junto a otros apellidos que hoy siguen formando parte de la nómina de la cofradía. Pese a esta mirada a Sevilla y a una de sus cofradías referentes, dejan claro los fundadores de la Buena Muerte que su intención no es “imitar nada”, sino “que esta efigie no padezca un olvido que dice muy mal del nombre de Cádiz mientras otras encuentran medios para salir”.
LA PROCESIÓN
Es curioso también cómo en el escrito le trasladan al obispo el modo en que la procesión tiene que salir a la calle, en el culto que hay que celebrar en torno al Crucificado que en aquellos años se atribuía con rotundidad a Martínez Montañés. “Con un doble carácter de piedad seria y de arte bien entendido”, dicen.
La procesión planteada sería la siguiente: saldría de San Agustín “a la hora de la muerte del Señor, una vez terminados en las iglesias los sermones de las tres horas” y en dirección a la Catedral, “donde quedaría expuesta a los fieles hasta anochecido, en cuyo momento saldría procesionalmente por la collación recogiéndose de nuevo en San Agustín”. Es decir, sería como una doble procesión, entre las cuales el Crucificado sería expuesto a la veneración en la Catedral gaditana. “Esta idea tiene por objeto que la imagen pudiera ser contemplada primero a plena luz del día y luego de noche al efecto del alumbrado de los cirios y hachones”, reseñan los fundadores insistiendo en que “sería una lástima perder uno de los dos bellos efectos y prescindir de la salida de las tres, que es la hora apropiada desde el punto de vista religioso”.
EL PASO
Este grupo de 65 personas va más allá en su proyecto, y desgrana con todo lujo de detalles cómo se pondría en la calle la procesión, cómo sería el paso del titular, las túnicas de los hermanos, el desarrollo del cortejo e incluso las flores que exornarían a la imagen. Unas ideas entonces muy claras que en buena medida ha marcado a la cofradía hasta la actualidad.
“La procesión no conduciría más paso que el del Señor alumbrado exclusivamente por cera gruesa a poder ser bien visto pero sin nada de acetileno, electricidad ni otros modernismos” que eran tan habituales en los pasos en aquellos años. “La candelería más adecuada sería la española antigua de hierro forjado como se usa en Sevilla para las luminarias, por ejemplo, si no de plata pero antigua con preferencia a moderna”, indican.
De igual forma, se detalla cómo debe ser el exorno floral. “Nada de flores artificiales. Flores blancas o blancas y violetas solamente”, se dice. “Unas andas sencillas con paños negro y plata, cubiertas de flores y con unos pocos cirios gruesos de modo que destaque solo el hermoso Crucifijo sería lo mejor”, concluyen al respecto.
EL CORTEJO
También tienen claro estos gaditanos que en 1920 se proponían recuperar la cofradía de la Buena Muerte cómo debe ser el cortejo en esa procesión que planteaban a las tres de la tarde del Viernes Santo. “Se compondrá exclusivamente de cofrades en el mayor número posible vestidos de túnica y capirotes negros de tela basta, sin seda ni terciopelos ni más adorno que el escudo de la hermandad en plata o lana blanca bordado en el pecho. El ‘síngulo’ de cuerda sencilla sin oro ni plata”, establecen.
Hasta el aspecto de la carga lo dejan claro en la propuesta fundacional enviada a López Criado: “los hermanos que lo deseen pueden cargar con el paso por la parte exterior, pues en el interior son indispensables los profesionales”.
A lo largo de todo el documento se denota lo rompedora que la propuesta era respecto a la Semana Santa que entonces era habitual en la ciudad. Con claras referencias de Sevilla (lo cual llama la atención hace un siglo, donde no había Youtube ni redes sociales, al igual que tampoco había autopista) ellos van rechazando distintas prácticas entonces extendidas, como ya ha quedado claro respecto a la luz eléctrica en los pasos o a las flores; y también lo hacen con las distintas representaciones que figuraban en los cortejos. “La procesión llevará la cruz de mano e insignias de la cofradía y Cruz parroquial y nada más. Por supuesto nada de angelitos, Verónicas, Profetas ni otras diabluras”, llegan a decir respecto a esas representaciones que ya formaron parte, de hecho, del cortejo de la Buena Muerte en ese primer período entre 1894 y 1915.
Por último, la música: “Tan solo unos tambores militares tras el paso de los que no debe prescindirse por ser convenientísimos para guardar el paso de los cargadores y además son de sonido solemne y severo. Silencio absoluto; o de rato en rato recitación del Miserere o cosa análoga”, concluía la propuesta procesional de la Buena Muerte.
Y así es como a partir de la Semana Santa de 1921 empezaría a salir en Cádiz la procesión del Silencio.
Un trámite cumplimentado en cuestión de meses
Llama la atención en los tiempos actuales que la propuesta de refundación de la Buena Muerte se gestara en apenas cuestión de meses. Según el archivo que conserva la cofradía y que hace unos años recuperó Javier Lacave, fue en 1920 cuando esos cofrades elevaron al obispo la propuesta, que ya dejaba clara la intención de que pudiera llevarse a cabo en la Semana Santa del año siguiente.
Para ello, se especifica que la cofradía de la Buena Muerte que cesó su actividad en 1915 sería la base de este proyecto. “Seguramente todos los señores que la componen verán con gusto que se honre a su titular”, indicaban. Y a ellos se sumarían el resto de devotos o personas que quisieran adherirse al proyecto.
“Cuantos ajenos a la cofradía simpatizasen con la idea deben de reunirse para juntos ingresar en ella con objeto de realizar este proyecto para la próxima Semana Santa. Entrando en la hermandad un grupo de personas que pensaran igual este proyecto es seguro que podrían realizarlo fácilmente, tanto más cuando lo natural y probable es que los actuales hermanos se adhieran a la idea”, concluyen los 65 proponentes al obispo. Y así se hizo, ganando la ciudad una de sus cofradías con mayor personalidad, esa personalidad concebida hace ahora un siglo.