El Pregón de Toñi Martínez, un canto a la Esperanza. Texto íntegro y vídeos

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Toñi Martínez en el escenario del gran Teatro Falla

La cofrade gaditana reivindica el papel de la mujer y del cofrade de base en la Semana Santa de Cádiz entre magníficas interpretaciones musicales

La Semana Santa de 2022 ya está aquí, el pregón pronunciado este medio día por la cofrade gaditana Toñi Martínez Novas así lo atestigua. Han sido casi dos horas de pasión, emoción, rimas y prosa que la cofrade de Las Penas ha aderezado con su voz.
El Gran Teatro Falla se ha estremecido cada vez que Toñi se bajaba del ambón para deleitar al público asistente con una de las piezas que ha interpretado a dos voces y acompañada por el violín de Jaime Calderón.

El pregón de Toñi Martínez ha sido un pregón de ilusión, fe y esperanza en el que se ha acordado de los que nos han dejado a lo largo de este año, de los músicos, de los periodistas que cubren la información cofrade, de las tres vírgenes de la Esperanza de Cádiz, con especial mención de la de Cigarreras, la de su madre, y sobre todo del cofrade anónimo, el de base, el que no figura en ninguna foto y cuyo trabajo a lo largo de todo el año es que hace que luzcan las cofradías.

No ha querido olvidar su faceta de mujer cofrade, y las dificultades que tienen para poder trabajar del mismo modo que lo hacen los cofrades varones, aunque reconociendo que por fortuna, la situación actual dista mucho de la anquilosada mirada de hace 40 años.

La parte final ha servido para demostrar su profunda devoción por la Virgen de la Caridad, titular de la Archicofradía de Las Penas, su Virgen.

Como mandan los cánones Toñi fue recibida a las puertas del Falla por Juan Carlos Jurado, presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías y por la Filarmónica de Conil, que interpretaba la marcha Coronación de la Macarena en su honor.

Ya en el interior del Teatro Falla la pregonera se encontraba con el alcalde la ciudad José María González, la concejala de Cultura, Lola Cazalilla, y el obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta Rafael Zornoza Boy.

También la esperaba la hermana mayor de su hermandad y amiga Inmaculada Ruiz Gené, que ejerció de presentadora de la pregonera. Normalmente es el pregonero del año anterior el que ejerce esta función, pero Iván Roa, pregonero de la Semana Santa de 2021 estaba hoy encargado de pregonar la Semana Santa de Chiclana.

Ruiz Gené recorrió la trayectoria personal y cofrade de Toñi Martínez con cariño y agradecimiento, dando paso con un sincero y caluroso abrazo a su amiga la pregonera.

Texto del Pregón

Puedes descargar el pregón de la Semana Santa de 2022 en PDF en este enlace

TEXTO ÍNTEGRO DEL PREGÓN

Pregón de la Semana
Santa de Cádiz
3 de abril de 2022
Toñi Martínez Novas
Dedicatoria:
A los cofrades de verdad que hacen posible el milagro de cada Semana
Santa
A los jóvenes de nuestras hermandades: A los que fuimos, a los que son y a
los que serán. En vosotros siempre estará la esperanza del futuro.
A mi madre Sole, a mis hijos Miguel y María y a Miguel: sois lo mejor que
me ha dado la vida.
¿Cuándo empiezas, cofrade de Cádiz, a soñar con la próxima Semana
Santa? La inmensa mayoría comienza a soñar con ella cuando su Virgen se
recoge, cuando todos los hermanos nos hemos abrazado por la emoción del
trabajo ya hecho, cuando nos ponemos delante de Ellos y sólo nos sale un
“gracias”.
Nunca nos pudimos imaginar, amigos cofrades, aquella Semana Santa
de 2019, que tardaríamos en hacer realidad aquel sueño 2 años, 11 meses
y 18 días.
Dicen que la Semana Santa de 2022 es la Semana Santa de la
esperanza: la esperanza de que el virus no trunque más vidas, que no
enfermen más personas por él, que volvamos a una normalidad, que
podamos volver a nuestros trabajos, en definitiva, la esperanza de que
nuestras oraciones hayan sido escuchadas.
Dice el refrán que “quien no estrena un Domingo de Ramos, se le caen
las manos”. Y este año toda la ciudad va a estrenar. ¿No lo sentís? Este año
estrenamos ilusión. La misma ilusión que sentimos al acercarnos, siendo
niños, de la mano de nuestros padres a las iglesias a ver los pasos montados;
la misma ilusión que la primera vez que nos ceñimos la medalla al cuello; la
misma ilusión de volver a vestir el hábito penitente como aquella primera vez,
que nos moríamos de ganas que llegara el día de la salida; la misma ilusión
por la que se nos inundaba el corazón de emoción con el sonido de la primera
banda de música en la calle o el primer olor a incienso.
Ya comienza a intuirse la próxima Semana Santa. Lo anuncian el
aroma del azahar en la Plaza de San Francisco, los palcos en la Carrera
Oficial, los carteles en los escaparates, las marchas procesionales sonando
en nuestras casas de hermandad, el trasiego de la gente en nuestras
iglesias queriendo ver los pasos.
¡Cofrades de Cádiz! Preparad vuestros corazones para la esperanza
porque dentro de siete días aguantaremos el nudo en la garganta y las
lágrimas en los ojos por la emoción. ¡Que comiencen a repicar las
campanas! ¡Abrid las puertas de San José y de Salesianos, de San Lorenzo
y San Francisco, de San Agustín y El Carmen, de Santo Domingo y
Santiago, de Santa Cruz y La Merced, de La Palma y de San Pablo, del
Caminito y de Santa María, de San Antonio y de San Severiano! ¡Que se
abran de par en par las puertas de la Catedral!
¡Abrid por completo vuestros corazones, preparad vuestra alma
porque Dios mismo y su Bendita Madre van a asomarse a los dinteles de
nuestras iglesias para bendecir a todo Cádiz!
No has dejado de soñarlo
y ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente.
La gloria de la Pasión
del mismo Cristo que muere
sobre la cruz infinita
del levante y del poniente.
Cádiz vestida de gloria
porque la gloria se siente
cuando la Semana Santa
se perfila en el ambiente
de las Casas de Hermandad
donde los cofrades tienen
el refugio de su anhelo
y sus sueños se convierten,
poco a poco, en realidad.
Túnicas de penitentes
que por fin se repartieron
para la gloria inminente
de siete días forjados
en la fragua incandescente
del corazón cofradiero
palpitando nuevamente.
No has dejado de soñarlo
y ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente.
Ya están dados los controles
y la plata reluciente
y están los pasos montados
y los montes de claveles
dispuestos como calvarios
para el Señor que se muere
pero no se muere nunca
en el Gólgota de siempre.
Ya despuntan primaveras
los naranjos que florecen
en la plaza San Francisco;
y ya en el aire se huele
el incienso perfumando
las capillas y dinteles
de las puertas entreabiertas
donde se aguarda el presente
con el corazón latiendo
como una noche de Reyes.
No has dejado de soñarlo
y ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente.
Que están los cirios dispuestos
y cosidos los caireles
y colocado el pollero
y rectos los alfileres
y limpios los guardabrisas
de cristales transparentes
y los altares de insignias
levantados nuevamente
y las túnicas planchadas
y las horquillas silentes
esperando el martillazo
con el que todo comience.
¡Da el primero, gaditano!
¡Da el primero! Que ya viene
la Paz Triunfante de Dios
entre palmas que se mecen
enredándose en los besos
del levante y del poniente.
Que viene Dios hecho Amor
con sus andares valientes,
despojando cada pena
de sus Penas tan hirientes
y están sus manos atadas
por las penas que le hieren.
Y están sus manos abiertas
cuando su Cuerpo convierte
en pan bendito en la Cena,
su Sangre en vino caliente,
Milagro de Eucaristía
del corazón penitente.
Y están sus manos cansadas
cuando la noche se cierne
sobre su cuerpo marchito,
tan humilde y tan paciente.
Y están sus manos clavadas
en la Cruz de los sufrientes,
Misericordia de Dios
junto a la tarde que muere
sobre el mar de los viñeros
hecho monte de claveles.
Y están sus manos prendidas
por los besos que le venden
en la Alameda del Cielo
donde a Dios mismo le prenden.
Y están sus manos asidas
al Amor de quien sostiene
el madero del Amor
junto a Simón de Cirene.
Y están sus manos dormidas
en la Vera-Cruz de siempre,
Emperador que, en San Pedro,
vela el sueño de su muerte.
Y están sus manos vencidas
por el peso que le vence,
Dios por tres veces Caído
sobre la tierra doliente.
¡Da el primero, gaditano!
¡Da el primero! Que se eleve
hasta el cielo de la noche
su Piedad omnipotente
cuando va muerto de amor
sobre el madero pendiente;
cuando su Mayor Dolor
vaya sanando al que tiene
el alma enferma y cansada
y es Dios su cura y su temple;
cuando sea presentado
al pueblo que lo condene,
Ecce Homo de los cielos,
al castigo de su muerte;
cuando atado a la Columna
su divinidad se apriete
en la desnudez bendita
de su cuerpo que padece.
¡Da el primero, gaditano!
Que está brotando el torrente
de sus Aguas en Santa Cruz
como un río permanente.
Que está su Salud llenando
ocasos y anocheceres
de cigarrera esperanza
y nuevos amaneceres.
Que está escrita su Sentencia
en los filos de los pliegues
de las almas canasteras
que lo miman y lo mecen
cuando en la angustia infinita
del Caminito se duerme.
No has dejado de soñarlo
y ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente.
Gloria por San Severiano,
en el arrabal del jueves,
arrodillándose Dios
sobre la tierra caliente.
Gloria de los Afligidos
cuando Dios mismo se encuentre
en la gloria de Sagasta
con su Madre tan doliente.
Gloria cautiva en la gloria
porque la luna se enrede
en la melena enrizada
del Cautivo, eternamente.
Y gloria en Jabonería
cuando el Nazareno viene
a llenar todo de gloria
nazarena y penitente.
Gloria de Cádiz que vibra
en la madrugá del viernes
cuando el Perdón atraviesa
eternos amaneceres
para beberse los vientos
del levante y del poniente
en su Expiración bendita
cuando en la tarde se muere.
Sed de Dios, Siete Palabras,
siete suspiros dolientes.
Corazón que se desgarra
en el ocaso del viernes
cuando está muerto de amor
y su cuerpo lo descienden
del madero donde Dios
se durmió en su Buena Muerte.
Qué nana le canta Cádiz
a ese Divino Yacente
que, en un domingo de gloria,
resucita nuevamente
como cada primavera…
¡Y ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente!
La gloria que se anticipa
en los Dolores del viernes
bajo el palio de los sueños
levantado nuevamente
como un preludio servita
de varales y caireles.
¡Solo queda una semana
para que todo comience,
para que exploten los sueños,
para que el alma reviente
de emociones contenidas
como una noche de Reyes!
¡Da el primero, gaditano!
¡Da el primero, que ya tienes
la gloria en tus mismas manos
para que tú la reestrenes!
¡Siempre a la gloria, cofrades,
soñadores permanentes,
magos de la primavera
que palpita nuevamente
en las calles y en las plazas
de la Vieja de Occidente!
¡Da el primero, gaditano!
¡Tos al palo nuevamente!
¡Listos los de atrás! ¡Y al cielo!
¡Que ya mismo se presiente
que está cercana la gloria
cargaora y penitente!
Excelentísimo y Reverendísimo Señor Obispo de nuestra Diócesis de
Cádiz y Ceuta.
Ilustrísimo Señor Alcalde de Cádiz.
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades religiosas, civiles y militares.
Sr. Presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías de
nuestra ciudad y miembros de la Junta Permanente del mismo.
Sr. Director del Secretariado Diocesano para las Hermandades y
Cofradías.
Sres. Hermanos Mayores y Sras. Hermanas Mayores de las
Hermandades y Cofradías de Cádiz.
Ilustres Pregoneros y Pregoneras de la Semana Santa que me han
precedido en este atril
Cofrades de Cádiz, Señoras y Señores, amigas y amigos todos.
Abrumada aún por la responsabilidad que supone ser la vocera de
nuestra Semana Mayor, la pregonera quiere comenzar dando las gracias
por tanta felicidad como me habéis otorgado.
Gracias a Juan Carlos Jurado y a la Junta Permanente del Consejo
Local de Hermandades y Cofradías por haber pensado que era capaz de
escribir un pregón a la Semana Santa. Gracias por vuestro nombramiento,
pero también gracias por el cariño que me estáis demostrando cada día.
Gracias a nuestro Obispo, Don Rafael, y a nuestro alcalde, Don José
María, por sus palabras de aliento a la pregonera
Gracias a tantos amigos y cofrades que han sido felices por mi
nombramiento y me lo han mostrado con creces. Gracias a todas las
Hermandades que han tenido un gesto con esta pregonera y la han invitado
a compartir la intimidad de sus actos.
Gracias a la Hermandad de La Borriquita de Jerez por vuestro
emocionante recuerdo para esta pregonera. Siento vuestro aliento también
hoy aquí.
Gracias a la Tertulia Cofrade “Al Palo” por el hermoso regalo de las
cubiertas de este pregón y a mis amigos los Pregoneros por su constante
aliento y vuestro regalo.
Gracias a mis amigos, a los que estáis aquí y a los que no pueden
estar. Y, sobre todo, a mis amigos Roberto, Inma y Carmela por sumarse a
esta aventura.
Gracias a mi familia, que me acompaña en todos los momentos
importantes de mi vida. A mi madre, que me dio la vida y me quiere
inmensamente y, especialmente, a mi hermana Marisol porque sin ella no
hubiera sido posible atender todos los compromisos.
Gracias a Inma porque ni siquiera titubeaste cuando te dije que quería
que fueras tú mi presentadora. Yo quería que fueras tú porque eres mujer,
porque eres mi hermana mayor, pero, sobre todo, porque eres mi amiga. Son
tantas vivencias juntas y tantos años de querernos como amigas, que, en tu
presentación, se ha notado lo bien que me conoces y el inmenso cariño que
me tienes.
Y, por último, gracias a mis hijos, eje central de mi vida; y a Miguel, por
ser mi compañero infatigable del camino de la vida. Gracias por tus poemas
que han elevado enormemente la calidad literaria de este pregón. Sin ti no
hubiera sido capaz de estar hoy en este atril pregonero.
Cuando me ofrecieron el pregón a mi Virgen de la Caridad tuve claro
desde el principio que iba a decir que sí. Lo había soñado tantas veces que
salió prácticamente solo. Lo llamé “El pregón de los sueños”, de tanto como
lo había imaginado.
Pero nunca soñé con dar el Pregón de la Semana Santa. No quiero
decir que no me hiciera ilusión, es que una no sueña lo que piensa que no
va a pasar nunca. Yo soy más de soñar con cosas alcanzables, con metas
que se pueden cumplir y ser feliz al cumplirlas.
Cuando alguien, tras un pregón, me decía “algún día darás el del Falla”,
siempre sonreía para mis adentros, porque no me veía aquí… (bueno… aquí
me he visto muchas veces cantando)…pero nunca me veía dando un pregón
de esta importancia. ¡Una Semana Santa que opta a ser declarada de Interés
Turístico Nacional! Humildemente siempre contestaba: espero que nunca me
lo ofrezcan porque no quiero esa responsabilidad y me sería difícil decir que
no.
El día que Juan Carlos me dice que se tiene que reunir conmigo para
hablar de algo relacionado con la música, y yo por las fechas comienzo a
pensar que podría ser este regalo, todo cambia. Aunque mi primera
reacción fue decir que no, porque pensaba que no sabría cómo escribir un
pregón a la Semana Santa, cada día que pasaba me iba pudiendo la ilusión
de hacerlo sobre la responsabilidad de tener que escribirlo.
Y aquí me ven, habiéndole echado mucho arrojo y con la enorme
responsabilidad de pregonar una Semana Santa muy especial y esperada:
la Semana Santa del Regreso a las calles y la Semana Santa de la
Esperanza.
Muchos amigos, al darme la enhorabuena por mi nombramiento, me
decían que dejara hablar a mi corazón. Así que he escuchado a mi corazón y
me he acordado de aquella niña que, con 14 años, se acercó por primera vez
a la Cofradía de la Humildad a cantar en un coro y se quedó prendada y
enamorada de los ojos velados del Cristo de la Humildad y Paciencia.
¡Cuántas veces le recé pidiéndole mis cosas de niña! Por mis exámenes, por
mis primeros amores,… Pero Tú, Santísimo Cristo de la Humildad y
Paciencia, fuiste mi primer amor verdadero. Aquel que todo lo pasa, que no
se engríe, que no lleva cuentas del mal y goza con la verdad, por el que creo
sin límites, el amor que no pasa nunca. El Eterno Rey Celestial que me libra
de todo mal y que volvió a enamorarme en aquella ocasión en que, bajo la
advocación de Las Penas, en el día de su bendición, se ató las manos de
nuevo. Sobre el que dejé una rosa roja a sus pies. El que me quita las
penas, al que cuento mis penas, el que escucha mis penas, al que he ido en
cada momento importante de mi vida, junto al que me he casado y he
bautizado a mis hijos en la fe, al que elevo mi mirada y me encomendé para
poder escribir el pregón. Yo le hablo a Él así: “Mira Niño, me pongo en tus
manos. Hay que ver el regalito envenenado que me has mandado por mi
cumpleaños. Así que haz el favor de desatarte las manos y bendíceme con
ellas para que todo vaya bien. Una ayudita tuya no estaría mal ¿eh?”.
Ha habido dos cosas que no han faltado en ninguna entrevista y en
ninguna pregunta amistosa.
La primera era que íbamos a ser el primer matrimonio pregonero. A lo
mejor tiene que ver con cómo nos conocimos Miguel y yo. Nos conocimos
hace 37 años, precisamente en un pregón de Semana Santa, aquí mismo en
el Falla. Palco con palco. Aquí se inició nuestro amor. Quién nos iba a decir
entonces que los dos seríamos los voceros de nuestra Semana Mayor.
La segunda cosa imprescindible en las preguntas era si iba a cantar.
Un pregón de Toñi sin canciones no sería un pregón de Toñi. Por tanto,
elevo una oración cantada a mis dos devociones para que me ayuden en el
Pregón.
Sólo por Mirarte. Roberto Domínguez Domínguez
Me acerco hasta Ti, sólo por mirarte.
Me siento vivir si me miras Tú.
Paciencia me das al mirar tus manos.
Al sentirte cerca me das vida junto a Ti.
Me acerco hasta Ti Sólo por mirarte
Me pierdo en la luz de tu rostro amable.
Paciencia me das al mirar tus ojos.
Al sentir tu aliento me das vida junto a Ti.
Señor de Humildad, mirada perdida.
Señor de Humildad, paciencia infinita.
Señor de Humildad, eres Tú mi guía.
Eres Tú mi llanto, mi emoción y mi alegría.
Señor de Humildad, eres Tú mi guía.
Eres mi consuelo, mi ilusión. Eres mi vida.
A Nuestro Padre Jesús de las Penas.Antonio Escobar Perera
Señor de las Penas y de la piedad,
mis culpas y faltas, Señor perdonad.
Señor de las Penas y de aflicción
de nuestros pecados, tened compasión.
Mis culpas y faltas otra causa no son
de tus sufrimientos, de penas y dolor.
Por tu Santa Madre, que supo sufrir
protege mi anhelo de seguirte a Ti.
“Coloquen la Cruz de guía en la puerta”. Ese bendito momento en
que revestidos con nuestro hábito escuchamos al organizador de la
procesión. Los nervios están a flor de piel. Ha pasado mucho tiempo desde
la última vez que vimos pasar por delante de nosotros la primera Cruz de
Guía.
La Cruz siempre como guía del cristiano, la que nos va marcando el
camino. La Cruz que se asoma a la puerta de San José para abrir la nueva
Semana Santa y, tras las cual, sólo podemos ver la alegría y la ilusión de
tantos y tantos niños que son de la “Borriquita” y a los que hay que enseñar
que en la Cruz está la victoria.
Por eso, cofrades, tomemos la cruz y salgamos a las calles abriendo
camino. Mostremos orgullosos la Cruz que venció a la muerte, en la que
nuestro Dios se clavó para salvarnos por amor.
“Toma tu cruz y sígueme” (Mateo, 16, 24) pareciera que nos grita Jesús
Nazareno del Amor cuando sale a las calles de Cádiz a enseñarnos que
carga con la cruz de nuestros pecados y va camino del Calvario, a clavarse
en ella, para que su Amor venza el mal.
La misma Cruz en la que va clavado el Santísimo Cristo la Piedad.
Sales a la calle, Santísimo Cristo de la Piedad, a demostrar que tu muerte
no fue en vano. Sólo con morir ya has ido derramando piedad por todos los
rincones de nuestro Cádiz. ¿No habéis sentido la gracia de su Piedad por
Cobos cuando va de recogida? Todos los años derrama su Piedad a manos
llenas en los cierros de mi casa, donde tengo la suerte de ver su rostro a la
altura de mi mirada. Veo a su Madre de la Consolación mirando mis ojos y
presiento su dolor. Miro tu rostro y está, Cristo de la Piedad, lleno de
dulzura. Contengo las ganas de acariciar tu Cruz y signo su señal sobre mi
cuerpo: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
La Cruz de las Aguas. Longinos acaba de traspasar su costado con la
lanza y de él manó agua. Todo un Cristo muerto en el Campo del Sur sobre
las aguas de Cádiz. ¿No habéis contemplado al Cristo desde el mirador?
Parece que no va sobre un paso sino sobre un barco que surca las aguas
de nuestro Cádiz marinero.
La Cruz donde va clavada toda la Misericordia de Dios. Dios mismo
muerto en la Cruz. ¿Hay más misericordia que esa? Llevas en tu Cruz todas
las cruces de tu Barrio de la Viña y todas las cruces de nuestras vidas: la
cruz de la falta de trabajo, la cruz de la enfermedad, la cruz de la pelea
familiar, la cruz de no poder comprar a tus hijos lo necesario, la cruz de la
droga, la cruz de la delincuencia, la cruz del desamor. Cristo Viñero, que
derramas Misericordia a manos llenas: tienes tus manos clavadas en la Cruz
para llenar de misericordia a todo el que se acerca a pedirte una gracia o a
contarte sus lamentos. Porque Tú eres el Hombre-Dios Verdadero a quienes
acuden los que necesitan de tu misericordia. Misericordia, Dios mío por tu
bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa. Oh Dios, crea en mí un
corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos
de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.” (Salmo 50)
El Cristo de la Misericordia abre sus brazos en la Cruz para acoger a
todo el que con fe le reza. Y tiene que salir el Lunes Santo para llevarse en
su Cruz tantas penas como ha escuchado durante la pandemia.
La Cruz que soporta sobre su hombro el Señor de los Afligidos. Ver al
Cristo de los Afligidos en su iglesia es algo portentoso, pero verlo en la calle
te lleva a pensar que no es de madera y te invita a buscarlo de nuevo por
Compañía o por Santiago, por calles estrechas donde poder contemplar
más cerca la dulzura de su rostro. Quieres subir al paso y aliviar el peso de
la Cruz. Quieres convertirte en cirineo para poder estar cerca suya. Con una
mano abrazas la Cruz y con la otra abrazas a tu Madre. Y con tu Madre nos
estás abrazando a todos.
Quién dice que eres madera,
Señor de los Afligidos,
si yo te llevo en el alma,
grabado en el pecho mío
con el fuego de mi amor
en tus amores prendidos.
Quién dice que eres madera,
si yo te busco y te sigo,
si yo te llamo y te rezo
y siento que te he perdido
si no puedo ver tus ojos,
Señor de los Afligidos.
Ya sé que mi fe no es nada,
pero sé que necesito
buscarte en el Jueves Santo,
cuando el sol le pone lirios
a la tarde que se apaga
sobre el mar de los olvidos
y la noche está tejiendo
sus oscuros entresijos
y el alma llora su pena
de amargores infinitos.
Quién dice que eres madera
cuando tu rostro adivino
por las callejas estrechas
del corazón tan contrito
cuando las almas te esperan,
Señor de los Afligidos,
para dejar a tus plantas
los desconsuelos dormidos
con saetas carceleras
y requiebros de mecíos.
Quién dice que eres madera,
si yo te siento tan vivo
que a tu paso subiría
si yo pudiera, Dios mío,
para pedirle a tu Madre
que me deje un huequecito
entre Tú y Ella, Señor,
para abrazarme contigo
la noche del Jueves Santo,
cuando vayas despacito
por las calles de tu tierra,
ofreciendo el paraíso
de tu Reino de esperanza,
de tu cielo prometido,
de tu rostro prisionero
de mi corazón contrito,
de tu cruz que da la vida,
de tu consuelo infinito.
Mientras te tenga, Señor,
grabado en el pecho mío
y necesite tus manos,
el calor de tu cobijo,
el fuego de tu mirada,
el consuelo de tu abrigo,
la cruz que me da la vida,
mientras yo te sienta vivo,
Tú nunca serás madera,
Señor de los Afligidos.
Detrás de la Cruz de guía se arremolinan multitud de penitentes.
Personas que han convertido en tradición familiar el revestirse con el hábito
de su Hermandad.
Llevan las cofradías repartiendo hábitos y controles desde hace ya
varias semanas. Es el primer rito de la Semana Santa. Se abren las puertas
de la Casa de Hermandad para el reparto de túnicas. Se prepara todo con
esmero para que el hermano se sienta a gusto y acogido. Te acercas,
recoges tu túnica y tu control de salida. Y vas con la túnica a tu casa: la
sacas de la bolsa para airearla y darle un agüita para quitarle el olor a
guardado y la cuelgas a la espera del planchado.
Es el anuncio de que la gloria está cercana. No puedo evitar, cada vez
que veo las túnicas colgadas del armario de mi casa, el ponerme nerviosa.
Sólo quedan unos días para que Miguel, María, Silvia y yo salgamos de
casa vestidos con nuestro hábito para acompañar al Señor de la Penas y a
nuestra Niña de la Caridad.
¿A que vosotros también sentís esos nervios al ver las túnicas
preparadas para la gloria?
Los penitentes se arremolinan vestidos de crema y turquesa para
acompañar a la Virgen del Patrocinio; y de crema y corinto para acompañar
a su Madre de la Amargura; o de riguroso negro para ceñirse el esparto y
acompañar a la Virgen de la Salud; o de verde y rojo para preceder a San
Juan Evangelista, o de blanco y negro para acompañar a la Virgen de los
Desamparados o de la Soledad; o de morado y blanco para acompañar al
Cristo de Medinaceli. Multitud de colores, pero un solo sentimiento:
acompañar a las Imágenes de nuestra devoción, ya sea con un cirio, un
farol, una insignia o una vara. Lo importante es estar juntos a Ellos y hacer
pública nuestra fe por las calles de Cádiz.
Qué mejor tradición que ceñirse el hábito de Cristo. Qué bonita
herencia la que dejamos a nuestros hijos. Por eso os pido, cofrades de
Cádiz, que no dejéis de vestir vuestras túnicas. ¡Acompañad a las Imágenes
de vuestro corazón con el hábito nazareno! Colgaos vuestras medallas, que
nos unen en un mismo sentimiento, y salid con vuestras Hermandades. Qué
hermoso es contemplar unas manos arrugadas bajo el hábito: el peso de la
tradición es querer a Jesús y a su Madre.
Una amalgama de colores en las calles. Y bajo el antifaz, un mismo
sentimiento: el amor infinito a Cristo y a su Madre. Tras el antifaz está la
mujer y el hombre cotidianos, el anciano, el joven y el niño, el rico y el
pobre… Todos iguales para acompañar al Señor. Todos iguales, sin
distinciones, sin privilegios. Iguales en el amor e iguales en la fe.
Los cofrades seguimos dando razón de nuestra fe como miembros
vivos de la Iglesia. Sí, somos un grupo particular. Pero, cuando nos
reunimos en su nombre, Dios está también con nosotros y el Espíritu Santo
también se derrama sobre nosotros. Somos pecadores como pecadores hay
en cualquier grupo humano, pero intentamos ser mejores y hacer el bien.
Por todo ello, necesitamos respeto y atención por parte de nuestros
sacerdotes. Somos hombres y mujeres de Dios. Necesitamos orientación
espiritual pero también comprensión y aceptación de nuestra idiosincrasia.
Y, en nuestras cofradías, tenemos un inmenso tesoro de fe: la
juventud. Verdadero presente y futuro de nuestras Hermandades. Jóvenes a
los que tenemos que cuidar. Ellos hacen realidad el Salmo 23: “este es el
grupo que viene a tu presencia, Señor”.
Van en tu cortejo, Cristo Bendito del Amor Despojado de sus
vestiduras, infinidad de jóvenes. Muchos de ellos iluminan tu caminar e
inciensan tu paso, a cara descubierta. Jóvenes a los que no les avergüenza
vestirse de acólitos y mostrar su rostro a todo Cádiz porque se enorgullecen
de ser cristianos y seguidores tuyos. Jóvenes cofrades que se están
formando en el seno de nuestras Hermandades.
En esta sociedad que nos ha tocado vivir, donde la comodidad y la
falta de compromiso son tan enormes, tenemos que alegrarnos de que
nuestras Casas de Hermandad estén repletas de jóvenes que quieren
seguir a Jesús. Jóvenes comprometidos con la Iglesia y con el mensaje de
Cristo.
Son esos jóvenes que cargan durante toda la procesión con un cirial y
que echan su mirada atrás para ver el rostro sereno de la Virgen de la
Soledad por la calle Valverde, en su regreso al Convento de San Francisco.
Van cansados, como todos, pero se les sigue notando la ilusión por
acompañar a la Virgen durante todo el camino.
Jóvenes que inciensan el camino de Jesús Caído, en un intento de
aliviar sus caídas y aligerar el peso de la Cruz, para que pueda seguir su
camino hacia el Gólgota. Caído está en el suelo todo un Dios. ¡Qué lección
de humanidad nos da Cristo! Si el mismo Jesús cae ante la adversidad,
¿cómo no vamos a hacerlo nosotros? Cristo se levanta, con todo el peso de
la Cruz, y sigue su camino para que todos tomemos nuestra cruz y le
sigamos. Y mientras sus jóvenes sigan creyendo en Él, el camino no será
en vano.
Jóvenes que toman la cruz parroquial para anunciar a todo Cádiz que
tu Sentencia, Señor, es una sentencia de Amor sobre todas las cosas. Te
acompañan, Señor, mientras dictan tu Sentencia. Pero ellos saben que,
aunque tu rostro esté ya amoratado por las bofetadas y tus sienes
atravesadas por la corona de espinas, con cada joven que eleva su rostro
hacia ti y reza un Padrenuestro, la sentencia es más liviana. Tu Sentencia a
muerte, Señor, es nuestra Sentencia de Amor infinito.
Los jóvenes que, con la naveta, miran a los ojos de su Madre Bendita,
la Virgen de la Salud, a la que elevamos nuestras oraciones por el
restablecimiento de algún familiar o conocido. Danos, Virgen bendita, Salud
en esta difícil etapa que nos ha tocado vivir a la humanidad. Da consuelo a
los que han perdido a un ser querido, ánimo y fuerzas a los que se
encuentran con secuelas. Escucha las oraciones de todos los que te
pedimos salud para los nuestros. Y, en esta mañana, quiero, Señora,
pedirte por todos aquellos que no tienen a nadie que eleve una oración por
ellos, por los que se fueron a la otra vida solos, sin nadie que los echara de
menos. Tú, en tu inmensa misericordia, tienes hueco en tu enorme corazón
para todos ellos.
Los jóvenes que acompasan su caminar ante la Virgen de la
Amargura. Aquella que acompañé por primera vez siendo solo una niña de
15 años. ¡Cuánto orgullo sienten de ir delante tuya! A ti fue a la primera que
dediqué mis oraciones juveniles. Y hoy, Virgen de la Amargura, también
quiero elevar mis oraciones ante Ti para pedirte por todos aquellos que
sintieron, por su profesión, la amargura en sus carnes: la de la preocupación
por poder contagiar a sus propias familias, por la soledad de los enfermos a
los que nadie podía acompañar. Aquellos enfermos a los que, quizá, David
García, Rafa Castro o Ignacio Ortiz ofrecieron una estampa de sus Titulares,
para que se sintieran protegidos. Aquellos enfermos a los que, pese a la
pandemia, Aníbal Bermúdez tuvo que operar a corazón abierto. Aquellos
que recibieron el cuidado de Víctor Montesinos, Paco Lozano o Mari Paz
Bancalero. Aquellos a los que Paco y Juanmi Molina recogieron con su
ambulancia. Y todos aquellos profesionales que, no sólo durante la
pandemia sino cada día de su vida, merecen el aplauso del pueblo porque
su vocación es cuidar y sanar a los demás. A Ti, que eres capaz de quitar
todas las amarguras, te pido, Virgen Bendita, por ellos y por todos los
sanitarios.
Y, en esos duros momentos, nunca nos ha faltado la Esperanza.
Porque el cristiano tiene que ser una persona llena de esperanza.
Esperanza en que todo terminara pronto, esperanza en que no influyera en
nuestro trabajo, esperanza en que el virus no tocara a nuestra familia.
Bendito sea por siempre tu nombre, Esperanza, que tiñes de verde el
corazón de todo el que se acerca con esperanza ante tus plantas para
recibir tu Gracia por el barrio de San Severiano. A los que tu Gracia y tu
Esperanza calma las penas. Tú eres nuestro último asidero espiritual
cuando miramos al cielo con desesperación y te presentas como la única
salida ante las adversidades.
Y de Esperanza se llenan mis recuerdos. A mi madre siempre le gustó
ir a ver a la Cigarrera. A ella le gustaba el revuelo que se formaba en la calle
Plocia cuando las cigarreras acompañaban a la Virgen con sus mejores
galas y ataviadas con la mantilla. Allí aprendí a escuchar la saeta sincera, la
que se canta desde la calle al Cristo y a la Virgen de tu devoción. Saeta
que, como oración cantada, llega al corazón de quien la escucha. Mi madre
vivió muchos años en la calle Flamenco y no sé si por la cercanía, la de las
Cigarreras era la cofradía que más le gustaba y que nunca se perdía. ¡Fíjate
mamá! En este año tan especial se une la Virgen de la Esperanza y el Cristo
de la Salud. ¡Qué dos nombres en una misma cofradía!: la Esperanza y la
Salud; la Salud y la Esperanza. Que la Virgen de la Esperanza Cigarrera,
que tanto te gustaba, te mantenga entre nosotros muchos años llena de
Salud.
Tú, Virgen bendita de la Esperanza, que vas tras el Nazareno Blanco y
que gritas a todo Cádiz que no pierda jamás la esperanza porque su Hijo,
Jesús Nazareno del Amor, volverá a tomar su cruz y saldrá de nuevo a la
Plaza de San Francisco a derramar amor a todo el que con amor lo
contemple.
Amor de tu amor vertido
Señora de la Esperanza,
de tu amor eternizado
en el sol de tu mirada.
Cobijándose en tus manos
todo tu amor se derrama
para llenarnos de Amor
y de Gracia y de Esperanza.
Desde las Puertas de Tierra
un verde fulgor avanza
la tarde del Jueves Santo
cuando el sol besa tu cara
y están las puertas del Cielo
abiertas para que salgan
los que se fueron un día
en busca de tu Esperanza
y se asomen y que vean
cómo te has puesto de guapa
cuando te bajas al cielo
de tu tierra gaditana
para llenarla de Amor
y de Gracia y de Esperanza.
Reina de San Severiano,
de la Barriada España,
de las acacias benditas,
de las bahías tan blancas,
de las noches beduinas
y el extramuro del alma.
Y en la tarde cigarrera
de la semana más santa,
vienes llorando por Plocia
tus lagrimitas saladas,
con esos ojos inmensos
de Princesa Gaditana
donde cabe el infinito
de tu Amor y tu Esperanza.
Con esos ojos, ay Madre,
que te miran y traspasan
como un rejón desgarrando
las entretelas del alma.
Con esos ojos -¡qué gloria!-
donde pierdo mi mirada
de aquella niña que fui
y que tus ojos buscaban
de la mano de mi madre,
tan repleta de Esperanza,
en la tarde cigarrera
de la semana más santa,
para prenderme en tu Amor
y en tu Gracia y tu Esperanza.
En tu amor de Lunes Santo
y de tarde franciscana
cuando tu palio es goleta
de verdes velas plegadas
que se despliegan de amores
sobre mástiles de plata.
Siempre detrás de tu Amor
y tu Amor que se te escapa
con una cruz en su hombro
y una pena en tu mirada.
Lirio blanco de tu vientre,
el Niño de la Esperanza
que va derramando Amor
por las calles gaditanas.
Y por este paraíso
de gloria trimilenaria
va paseando su pena
la Niña de la Esperanza.
Y están las puertas del cielo
abiertas para que salgan
los que se fueron un día
en busca de tu Esperanza
y te ofrenden, Madre mía,
su celestial petalada
cuando en la calle Pelota
el sol te besa la cara
mientras te llueven las flores
del mismo cielo lanzadas
por los ángeles que fueron
en tu tierra gaditana
los que a ti más te quisieron,
y amor con amor se paga,
Reina y Madre del Amor,
de la Gracia y la Esperanza.
Ya se intuye la llegada del paso. Lo anuncia el nerviosismo del público
que espera en la acera. Lo anuncia la llegada de los acólitos. Y lo anuncia la
colocación de los fotógrafos en la calle.
Los fotógrafos pueblan los cortejos de nuestras cofradías. Con un
montón de kilos en equipo fotográfico -la cámara, los objetivos, la escalera y
un gran trípode- cargan con la enorme ilusión de sacar el encuadre perfecto,
el momento perfecto, la cara perfecta.
Usted puede pensar que, si todos están en el mismo sitio, saldrá la
misma foto. ¡Pues no! Cada fotógrafo tiene un estilo, un encuadre, una
manera de entender la fotografía cofrade.
La hermosa estampa de Nuestro Padre Jesús de la Oración en el
Huerto pasando por los arcos de Puerta Tierra. Dios entrando en el centro
de nuestra ciudad a través de las murallas.
El precioso encuadre de Jesús en su Prendimiento, en su paseo por la
Alameda. El olivo del paso se entremezcla con los ficus y los arbustos
llevando a imaginarte, al observar la fotografía, que Cristo se encuentra en
el mismo Getsemaní y que Judas de nuevo lo va a entregar.
Pero es que, además, el fotógrafo cofrade es muy generoso: sólo
tienes que pedir su colaboración para un boletín, para el blog o la web de la
cofradía, para un cartel o para cualquier publicación, estampa o recuerdo, y
te cede la fotografía sin pedir nada a cambio. Sube a las redes sociales su
trabajo para que todos podamos disfrutar de su arte. Porque hay fotografías
de nuestra Semana Santa que son verdaderas obras de arte. Esas
estampas irrepetibles que guardamos en nuestros discos duros del
ordenador para rememorar el sentimiento que nos ha producido ese
momento justo que el fotógrafo ha plasmado. Son tantos los fotógrafos
cofrades, y tan buenos los que tenemos en Cádiz, que nombrarlos sería una
osadía ya que, a buen seguro, se me olvidaría alguno. Es por eso que voy a
dar las gracias a los fotógrafos por su trabajo, unificando ese
agradecimiento en un solo nombre, que a buen seguro hoy, todos
recordaremos: Paco Sanz, al que el Señor quiso llevarse demasiado pronto,
y que nos ha dejado tan buenas fotografías y tan buenos recuerdos.
Este año también hemos llorado la ausencia de José María Ocas,
Hermano Mayor de la Cofradía del Santísimo Cristo de las Aguas, que se
fue a la Casa del Padre mientras su Virgen de la Luz estaba en besamanos;
de Sergio Larrinaga, que estará componiendo marchas al Dios Verdadero; o
de Francisco Molina que, desde el cielo, está llamando al martillo a tantos
cargadores buenos que ya están con el Padre. Partieron el mismo día, Paco
Carnota para preparar los cultos celestiales a su Cristo del Perdón; y Jaime
Velasco, que estará entrevistando la Verdadera Madre de Dios.
Se apagó la voz de Juan Manzorro. ¡qué contentos tienen que estar
ahí arriba con tu presencia!, pero ¡ay Juan! ¡Cúanto te echamos de menos y
qué triste nos has dejado a todo Cádiz!
Se nos fue Justo Mata, recibiendo con su ausencia todo el
reconocimiento a su labor que nunca obtuvo en vida. Aquellas primeras
retransmisiones televisivas, con mucha ilusión y pocos medios, pero con las
que logró llevar a las pantallas de nuestras casas, en riguroso directo, la
Semana Santa gaditana.
Periodistas cofrades o de cofradías, que mantienen vivo el sentir
cofradiero durante el año con sus programas de radio o de televisión y con
sus escritos en la prensa, que llevan la Semana Santa a las personas que
están hospitalizadas, a ancianos que ya no pueden salir; o a personas que,
lejos de sus hogares, quieren vivir la Semana Santa como si se encontraran
en Cádiz, ¿verdad, Tere? La información cofrade que seguimos cuando hay
amenaza de lluvia para saber si la cofradía saldrá o ha decidido no salir.
Ellos también hacen grande nuestra Semana Santa.
Como grande hace nuestra Semana Mayor el modo en que llevamos
los pasos en Cádiz. La pregonera nunca ha sido cargadora. Nunca me
imaginé debajo de un paso. Y por eso admiro tanto a quien, por amor a su
Cristo, a su Virgen y a la tradición gaditana, se mete debajo de un paso y,
durante muchas horas, carga sobre sus hombros a nuestras Imágenes, para
ser los pies de Jesús y de su Madre. ¿De dónde sacas fuerzas, cargador de
Cádiz, para que, pese a que te duela el hombro, te metas debajo de la
Virgen de la Victoria para que nos parezca mentira que ese paso quepa por
las estrechas calles de Cádiz? ¿Qué sientes tú, cargador del Cristo de
Medinaceli, cuando vuelves hacia Santa Cruz después de que Jesús
Cautivo y Rescatado haya bendecido a todo el que le ha rezado? ¿Cómo te
sientes tú, cargador de Cádiz, cuando el peso de la manigueta cae sobre tu
hombro herido mientras llevas a tu Virgen de la Luz para que ilumine con su
amor todos los rincones de nuestra ciudad?
Preparas con cariño tus zapatillas, tu camiseta, tu sudadera y tu faja
para que todos sepan que tú eres de la Cuadrilla de la Virgen de Amparo y
que con orgullo vas a hacer más liviana su pena, meciéndola con amor
desde San José al Centro y desde el Centro a San José.
Sólo desde la fe y desde el amor más desinteresado se entiende ese
enorme esfuerzo. Siempre a las órdenes de vuestro capataz. Capataces
como Pepe Pájaro, que cumple esta Semana Santa 50 años comandando
su cuadrilla. Vuestro capataz, cargadores de Cádiz, el que sabe deciros la
palabra exacta en el momento preciso, para que cuando ya no puedes más,
te toque el corazón y saques fuerzas de donde ya no tienes. Cíñete,
cargador de Cádiz, la faja de la ilusión porque Cristo y su Madre necesitan
de vuestro esfuerzo, vuestro tesón, vuestros ensayos y vuestro amor para
seguir derramando amor por la Plaza de Candelaria y por San Juan de Dios.
Sigue, cargador, aliviando el peso de la Cruz de nuestros Cristos y
consolando el inmenso dolor de nuestras Vírgenes.
Échate al hombro, cargador, el peso de la Cruz del Santísimo Cristo
de la Sed porque tiene que seguir gritándole a todo Cádiz las Siete Palabras
en la Cruz. Aguanta las fuerzas, cargador, porque el Santísimo Cristo del
Perdón debe volver a derramar perdón a todos los que lo contemplan y
darnos la esperanza de que, pese a que seamos pecadores, algún día
estaremos junto a Él en el Paraíso. Carga cargador, con el Cristo que eleva
su mirada al cielo para no morir nunca, el que en su último aliento se vuelve
aún más humano para preguntarle al Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?”(Mateo 27, 46) Y, posteriormente, encomendar al mismo
Padre su espíritu. Pero Tú, Santísimo Cristo de la Expiración, no mueres,
quieres quedarte vivo en este Cádiz nuestro. Tomas aliento y elevas tus
ojos a los cielos y volverás para morir en tu casa, la Iglesia Castrense, pero
yo me pregunto: ¿volverás a tu casa a morir o a seguir viviendo?
Y carga con todo el peso del dolor de la Madre, cargador de Cádiz,
alivia el inmenso dolor de la Virgen del Patrocinio con un “mecío” cortito y
suave.
¡Vamos al cielo con Ella,
cargaores gaditanos!
Cargaores de esta tierra
donde se reza cargando,
donde se lleva en los hombros
la devoción y el legado
de una fe que se sustenta
tras los faldones de un paso
cuando las almas se aprietan
y se funden bajo el palo.
¡Vamos al cielo con Ella,
cargaores gaditanos!
Arcángeles marineros
que del cielo habéis bajado
para mecer a la Virgen
como un velero surcando
el verde azul de las aguas
de los mares gaditanos.
¡Mecedla un poquito, niños,
cargaores gaditanos!
Los pies juntitos, juntitos…
Que apenas se mueva el palio
pa que besen los balcones
los caireles recamados.
Así, así… Como el mar
cuando llega roneando
para enrizarle a la luna
sus tirabuzones blancos.
Que así se ronea en Cádiz
cuando debajo de un paso
los ángeles cargaores
a la Virgen van mimando
con su mecío cortito,
su levantá a medio brazo,
su vueltecita gitana,
sus horquillas repicando,
su compás de bronce y oro
y su martillo en las manos
del capataz que los manda
desde la proa del barco
donde la Virgen bonita
va de dulce, va flotando,
va derramando su gracia
despacio, siempre despacio,
con ese estilo tan nuestro,
hecho de sal y de tango
que hasta la Virgen sonríe
a pesar de su quebranto.
¡Porque es tan guapa la Virgen,
cargaores gaditanos,
mecedla, por Dios, mecedla,
que no la vean llorando!
Y llega el paso de Misterio. Verdadera catequesis plástica de la Pasión
y Muerte de Cristo. Observamos con atención el momento en que Pilatos,
antes de lavarse las manos, nos muestra al Hombre. Miramos el portentoso
rostro de Nuestro Padre Jesús del Ecce-Homo en las naves de la Catedral y
pareciera que se encuentra en el Palacio mientras Pilatos pregunta al
pueblo a quién queremos salvar, si al Nazareno o a Barrabás. Al observarlo,
casi gritamos que queremos a Jesús y se nos rompe el alma.
Por San Antonio vemos a Cristo Atado a la Columna y sentimos los
latigazos como si nos lo estuvieran dando a nosotros: Cristo maniatado a
una columna de plata para ser flagelado por nuestros pecados. Tanto amó
Dios al mundo que nos mandó a su hijo para que fuera azotado y muerto
por Amor. Y aunque hace mucha falta el agua, este año le pedimos al
“Aguaó” que, tras dos años sin salir, podamos tener una Semana Santa sin
sobresaltos con la lluvia y el viento.
Y vemos a Cristo Yacente, muerto en su urna isabelina y queremos
callar al muñidor que toca a muerto, porque no queremos creer que aquel
que hace apenas una semana entraba triunfante en Jerusalén, aclamado
entre vítores y palmas, yazca el Sábado Santo en una urna camino de su
Santo Entierro.
Nos asombramos al paso del Santísimo Cristo del Descendimiento de
la Santa Cruz, que tan prodigiosamente nos prepara cada año Juan Carlos
Romero. Es igual que vayan ricamente exornados con sus trajes bordados o
vestidos con la sencillez del atuendo hebreo. El misterio del Descendimiento
siempre logra conmover al que lo mira. Es difícil no impresionarse a su
paso: el dolor del discípulo amado, el llanto de la Virgen de los Dolores, el
rezo del Vía Crucis mientras pasa, el silencio en la calle, el sonido de las
pisadas de sus cargadores, el crujir de la cruz, el sonido de las horquillas y
la música solemne de la capilla, todo lleva a sentir un escalofrío ante lo que
se contempla.
Y es que salimos a la calle para poner a Dios al alcance de todo el
pueblo, sin distinciones. Cristo nos busca por las calles porque se vale de
cualquier medio para tocar nuestra alma. La contemplación de nuestros
pasos nos renueva la capacidad de sentir, de conmovernos, de tocar
nuestra fibra más íntima. Muchas veces el sentimiento que teníamos
olvidado renace con un sonido, con un instante, con un olor. Cualquier
medio es bueno para que Cristo renazca en nosotros.
Y en la Semana Santa se hace efectiva una nueva bienaventuranza:
Bienaventurado tú que contemplas a Cristo por nuestras calles de Cádiz, sin
más protagonismo que el de tu presencia y tu acompañamiento.
Bienaventurado tú que ves a Cristo y lágrimas de emoción surcan tu rostro.
Tú que, con tu presencia en la calle, cumples con la tradición, con la fe y
con la historia de nuestra ciudad.
“Es en las calles donde habita la memoria de nuestra Semana Santa,
porque allí la vivieron y nos la enseñaron nuestros mayores. Por sus
rincones y aceras aprendimos a ver cofradías, a sentirlas como propias y a
quererlas a todas. Nosotros estamos aquí hoy porque antes ellos nos
legaron su fe, nos enseñaron a rezar delante de un paso y a ver a Cristo y a
María en sus imágenes, y a buscar su alma. Ésta es su vinculación con lo
sagrado, lo que las hace venerables. Porque nuestras imágenes tienen
alma” (Eduardo del Rey Tirado) y han bendecido nuestras calles con su presencia
en ellas.
Y tras el paso, la música. Qué importante es la música en la vida de la
pregonera. La música llena mi vida y me sirve de consuelo en los momentos
difíciles. ¿Sería igual la Semana Santa sin música? ¡Cómo va a ser lo
mismo! Nos perderíamos el pellizco que surgirá cuando Nuestro Padre
Jesús del Milagro en la Sagrada Cena salga a la calle y Polillas toque la
Marcha Real, mientras el Señor nos grita: “Tomad y comed todos de mí
porque mi Cuerpo será entregado por vosotros”; y nos recuerde que su
Sangre va a ser derramada por nosotros para el perdón de nuestros
pecados. La alegría desbordada de un barrio cuando Nuestro Padre Jesús
de la Oración en el Huerto pasee por su barrio al compás de “Señor de San
Severiano” tocada por Ecce Mater. O la emoción contenida cuando el Cristo
de la Salud, salga por primera vez, acompañado por su banda por el
Compás de Santo Domingo
Los músicos que, tras muchas horas de ensayo, consiguen tocar el
corazón de quien contempla nuestros pasos. Todos tenemos en la memoria
algún momento perfecto y especial de nuestra Semana Santa y casi todos
incluyen el sonido de una marcha procesional: como aquella Semana Santa
con los sones de “La Madrugá” tras el paso de la Virgen de las Lágrimas por
la calle Cristóbal Colón, de vuelta hacia Santiago. El momento era tan
perfecto, que se hizo un silencio absoluto y sólo podíamos contemplar su
bello rostro, mecida por sus cargadores, suavemente. O aquellos momentos
irrepetibles de la Virgen del Patrocinio cuando pasaba por la Plaza de Mina
a los sones de “Lágrimas” de Cubiles. O los sones de “Réquiem” tras el
paso del Cristo de la Sentencia, en esa conjunción perfecta entre la música
y los cargadores. La Virgen del Rosario en sus Misterios Dolorosos a los
sones de “Alma del Perdón” recordando por siempre al añorado Manolo.
“Eternidad” por San José, tras el Cristo de la Columna, en esa sinfonía que,
desde hace 25 años, nos ofrece Rosario. O la Virgen de los Desamparados
bajando por la calle San Francisco, sonando “Corpus Christi” y llegando al
alma de sus universitarios. La maravillosa marcha “Ecce-Homo”, a la salida
del Cristo en San Pablo. Y la Virgen del Buen Fin, en la plaza de las
Canastas, sonando “Campanilleros”, en la comunión de un barrio entregado
aplaudiendo a su Virgen.
Momentos mágicos que surgen cuando, sin que lo esperes, la persona
que está a tu lado eleva su plegaria a la Virgen de las Angustias y se te
desgarra el alma. Todo es perfecto: el silencio, la saeta y el doloroso rostro
de la Virgen con su hijo en brazos.
Momentos inolvidables en la Palma cuando sale la Virgen. Anda el
barrio revuelto porque dicen que se corona La Vecina. Están ilusionados
porque la Virgen es una más de ellos. La tratan con la familiaridad de quien
sabe que solo tiene que acercarse a la Iglesia de la Palma y allí Ella les
ofrece su consuelo maternal. Están ilusionados porque una de ellos se
corona. Así sienten ellos a la Virgen. Ellos te dicen que se coronó La Chica
y ahora le toca a Las Penas. El barrio de la Viña tiene una manera de sentir
a su cofradía que cualquier Lunes Santo en la calle de La Palma se hace
imborrable. La pregonera recuerda con especial cariño un año que fuimos a
la salida de la cofradía y la vimos justo en la puerta de la Iglesia. Ese año, el
Domingo de Ramos había llovido muchísimo y había dejado a todas las
cofradías en sus templos. Sentí una emoción especial porque era la primera
cofradía en la calle. Al ver mis ojos llorosos, se me acercó Pepe Valero y me
dijo: “La que va a ahí es La Caridad. Es la misma, sólo que esta vez viste un
manto azul”. Son las grandezas de la gente de siempre de las cofradías que
en verdad saben qué se traen entre manos. Porque qué más da cómo se
llame la Virgen. Lo importante es que sepamos que Ella es nuestra Madre.
A los cofrades nos acusan muchas veces de idólatras, porque
decimos que mi Virgen es más guapa, o más bonita… Y es que vemos a la
Virgen como vemos a nuestra madre ¿No es tu madre para ti la mujer más
guapa? No somos adoradores de una imagen en concreto: somos amorosos
hijos de la Madre de Dios y Madre nuestra.
Dicen que en la Viña cuentan
todos los días que faltan
para que el barrio corone
a su vecina más guapa.
Porque el amor de su barrio
se transformó en oro y plata,
marfil y piedra preciosa,
en diadema y filigrana
y hasta en piedra ostionera
sobre manos repujadas
de un ángel tan caletero
como el barrio que la ama
y con su amor la corona
como Reina y Soberana.
Dicen que en la Viña cuentan
todas las noches que faltan
para que vuelva su Niña
de las Penas Coronada,
como en un sueño vencido
que tantas noches soñaran
desde que estuvo la Virgen
en los patios de sus casas
y una diadema de flores
con sencillez coronaran
aquellas sienes benditas
de su vecina más guapa.
Más de dos años pasaron…
Y aunque mil años pasaran
en la Viña contarían
todos los días que faltan
para que el barrio corone
a sus Penas de la Palma.
Porque serán los viñeros
los que lleven en volandas
bajo palio azul de cielo
a su Reina y Soberana
y coronarán de amores
sus sienes inmaculadas
en un catorce de agosto;
que repicarán campanas
como repican de gloria
cuando el sol besa su cara
la tarde del Lunes Santo
en la calle de la Palma.
Dicen que en la Viña cuentan
cada segundo que falta
y están latiendo requiebros
en balcones y fachadas.
Y están bordando suspiros
por las azoteas blancas
y por los patios viñeros
que la Virgen visitara
aquella noche de luna
con sus sienes coronadas
con diadema de jazmines
y azucenas engastadas.
Y están recogiendo estrellas
en la arena de la playa
que están cayendo del cielo
como ofrenda enamorada
de los ángeles eternos
que de la Viña marcharan
porque la Virgen quería
tenerlos junto a sus plantas.
Y están cosiendo mantones
y afinando las guitarras
para que vibren los tangos
cuando vuelva coronada.
Y están soñando con verla,
tan viñera y gaditana,
con la corona de sueños
que el barrio le regalara
sobre las sienes benditas
de su vecina más guapa.
Dicen que en la Viña cuentan
y no hay más cuentas que valgan:
¡Que ya mismo se corona
como Reina y Soberana
la Princesa Caletera
de las Penas Coronada!
Tras el Señor del Mayor Dolor, no suena una marcha. Al paso del
Mayor Dolor, sólo hay silencio, que también es música. Ese silencio
ensordecedor cuando pasa la cofradía por el Barrio del Pópulo a la
recogida, para que nos duela más su Mayor Dolor. Contemplamos su rostro
herido en el paño de la mujer Verónica y la cara surcada de dolor de las
mujeres a las que te vuelves y les dices: “Hijas de Jerusalén. No lloréis por
mí, llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos” (Lucas.23, 28)
El mismo silencio que contempla el pasar de la Virgen: Ecce Mater
Tua. El silencio roto sólo por el rezo del Santo Rosario. “Jesús, viendo a su
madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo.»” (Juan 19, 26). La grandeza de Dios es tan inmensa que
una de las frases que pronuncia en la Cruz es para entregarnos a su Madre.
El enorme silencio que contempla al Cristo de la Vera Cruz por San
Pedro. ¿Quién no ha visto al Cristo dormido por San Pedro? Porque el
Cristo de la Vera Cruz no está muerto, sólo descansa. Señor de la Vera
Cruz, que siembras tu cruz en el alma de quien aún no es consciente de que
la tiene. En los pequeños que se acercan a contemplar tu serenidad. La más
antigua de las hermandades de Cádiz, llena de niños en su seno. El peso de
la historia de las cofradías de nuestra ciudad tiene un grupo infantil. La más
anciana, atendiendo a los más jóvenes. La pregonera ha contemplado su
participación en las misas de la cofradía y sus manualidades ofrendadas en
las Eucaristías. Esos niños de la infancia crucera están conociendo a Jesús
en el seno de su cofradía y le acompañan vestidos de monaguillo. Niños
que están recibiendo la mejor catequesis: la de querer al Señor de la Vera
Cruz como a uno más de la familia.
Catequesis como la de aquel abuelo que lleva al nieto al besamanos
de la Imagen de su devoción y eleva al niño hacia la mano de su Cristo y de
su Virgen para que continúe con la devoción familiar. La niña que, en
hombros de su familiar, gritaba “Guapo, guapo” al Nazareno y sin que nadie
se lo dijera, le gritó al Señor: “Te quiero”. ¿No es hermoso? Lo mismo que
cuando su padre los lleva a ver los pasos cuando apenas saben hablar y les
preguntan: “¿Dónde está el Señor? ¿Dónde está la Virgen?” Y les pide con
cariño que les mande un beso. Y el niño besa su mano y le manda un beso
al aire que llega al Señor de la Borriquita. Porque Jesús de la Paz siempre
será el Cristo de los niños. Y los niños contemplarán a Jesús de la Paz
sobre el pollino y después buscarán el borriquito pequeño y le mostraremos
el niño de Jerusalén que también grita: “Hosanna al Hijo de David”.
Al niño que pediremos también que guarde silencio ante el paso del
Silencio, porque a los niños también hay que enseñarles a guardar silencio
cuando es necesario.
Y el Silencio se hizo ante el Cristo de la Buena Muerte. ¿Qué sientes
tú ante la inmensidad del crucificado de la Buena Muerte? Es imposible que
algo no se remueva en el interior de una persona ante la perfecta belleza del
Silencio. Ante su imponente presencia sólo se puede guardar silencio.
Silencio para ver su rostro herido, silencio para conmover el corazón
descreído, silencio para quererlo, sobre todo. Fíjate Cádiz si el Cristo de la
Buena Muerte impone, que Cádiz ya no le llama Buena Muerte, Cádiz le
llama El Silencio.
Y en el silencio de la Cruz, siempre su Madre y el Discípulo Amado.
Estaba la Madre junto a la Cruz donde pendía su Hijo. ¡Cuánto dolor, Madre
mía! Sólo hay que observar a la Virgen de los Dolores de Servitas para
comprender por qué la Virgen junta las manos. No puede con tanto dolor.
Sale por la calle Sagasta, aguantado el dolor de su corazón traspasado por
siete puñales y une sus manos y muestra a todos los que la contemplamos
cuánta belleza hay en sus tristes ojos.
El mismo dolor que traspasa a la Virgen de las Angustias cuando
contempla cómo el pueblo elige a Barrabás antes que a su Hijo. Tú también,
Virgen bendita, aguantas el dolor entre tus manos, mientras paseas por la
calle Valverde, acordándote de la profecía de Simeón cuando te dijo que
una espada traspasaría tu alma, para que fueran descubiertos los
pensamientos de muchos corazones, pero tu corazón no puede con tanta
pena y elevas tu mirada al cielo de Cádiz para preguntar por qué tienes que
pasar por ese dolor tan grande.
La Virgen de los Desconsuelos parece gritar: “¡Ustedes, los que van
por el camino, deténganse a pensar si hay dolor como el mío, que tanto me
hace sufrir!“(Lamentaciones, 1) ¡Cuánta tristeza muestras al encontrarte con tu
Hijo cargado con la cruz como un delincuente! ¿Quién no se conmueve al
ver a la Virgen de los Desconsuelos por Compañía? Al mirarte, Madre,
comprendemos perfectamente tu dolor. Sentimos tu impotencia y
comprendemos que entrelaces tus manos para no gritar y que tu Hijo
encuentre consuelo en tu serenidad.
Manos entrelazadas las de la Virgen de las Lágrimas cuando sale de
San Antonio a la plaza, entrelazadas por amor a aquel que está atado a una
columna. Vas detrás y vuelves a juntar tus manos porque sólo quieres ir tras
Él para sanar su espalda traspasada por los azotes. Unes tus manos y tu
serena belleza vuelve a darnos una lección de entereza y de amor.
Pero no aguantas más, Virgen bendita, y elevas tus ojos al cielo y
abres tus manos para preguntar a Dios mismo el por qué de tanta sinrazón.
Contemplamos tu dolor en la madrugada del Viernes Santo por las calles del
Pópulo cuando te preguntas, Virgen Santa de la Trinidad, por qué Jesús ha
sido cautivo si no ha hecho más que cumplir la voluntad del Señor.
La Virgen de la Piedad eleva su mirada y parece implorar el agua que
el Señor necesita. Ha pedido agua, tiene sed y le acercan una esponja con
hiel. ¿No ha sufrido aún bastante? ¿Dónde está la humanidad? ¿Por qué
hay que seguir haciéndole sufrir? Tu cara parece expresar lo que cualquier
madre en tu situación diría: ¿Por qué a mi Niño, Dios mío? ¿Cómo voy a
poder sobrellevar tanta tristeza?
Por Jabonería, la Virgen de los Dolores eleva sus ojos a los cielos
mostrando no sólo su dolor sino el de cada gaditano que acude a sus
plantas para pedir por sus cruces particulares. Pero Tú miras hacia el cielo
de Cádiz porque quieres ir tras tu Hijo y quitarle la cruz, porque Tú estás
sintiendo todo el peso de la cruz que tu Hijo lleva.
Abres las manos ante tanta incomprensión. Elevas tus ojos para ver si
tu Luz evita que vuelva a brotar agua de su costado. ¿Cómo no vas a abrir
las manos y mostrarnos todo tu dolor si acabas de comprobar que tu Hijo ha
muerto? Tus ojos no paran de llorar y casi que han perdido la luz de tu
mirada.
Tu mirada perdida hacia los cielos de Cádiz que contempla en silencio
tu Mayor Dolor por las calles de la ciudad. Necesitamos que las calles estén
a oscuras para interiorizar un dolor tan enorme. Miras hacia tu Hijo: está
muerto. Tu rostro parece vencido por la pena, casi resignado. Ya no puedes
hacer nada y nosotros sólo podemos contemplarte impotentes, sin poder
darte ningún consuelo. ¡Cuánta tristeza hay en tus ojos!
Y es que abres definitivamente tus manos para acoger en tu regazo de
nuevo al mismo Dios. Al mismo que de pequeño acunabas mientras le
cantabas una nana, aquel al que amamantabas cuando era un bebé, al que
elevabas para darle un beso, al que le hacías cosquillas, aquel que querías
por encima de todas las cosas, el niño al que llevabas al templo y al que
llevaste y sentiste en tu seno. Quien te vea, Virgen de las Angustias, con tu
Hijo en brazos y no se conmueva, no tiene alma. Tu cara lleva escrita en
cada lágrima tu tristeza y tu pena. ¡Cuánto amor en tu regazo! El amor de
todo un Dios que muere por nosotros. ¡Y cuánto amor en tu dolorosa
mirada!
Se lo llevan de tus brazos y ya sólo quedas Tú ante la cruz. La
Soledad de la Virgen en la Cruz del dolor. Sola, triste y afligida, la Virgen de
la Soledad llora desconsolada y hace llorar a las flores y hasta la cera.
Venía llorando la Virgen de la Soledad por la calle San Francisco y se fue
llorando. Pero qué inmensa belleza hay en el llanto de la Virgen. No llores,
Soledad, no llores, porque si mis culpas son la causa de tu aflicción,
prometo desde este día consolarte en tu penar, amándote sin cesar.
Y Ante el lamento de la Virgen, sólo puedes elevar una oración:
Dios te salve María, Reina de todos los Santos, llena eres de gracia, el
Señor de la Obediencia es contigo, Virgen de la Quinta Angustia. Bendita Tú
eres, Guadalupe, entre todas la mujeres y bendito es el fruto de tu vientre,
Jesús de la Humillación. Santa María Concepción, Madre de Dios, ruega por
nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.
Canto del AVE MARIA. (Robert Prizeman)
Qué bonito amanece Cádiz en la mañana del Jueves Santo. Es uno de
esos días que relucen más que el sol. Están las mantillas preparadas y se
visten con esmero para cumplir con la tradición de la visita al Sagrario que
cobija a todo un Dios. El día del Amor Fraterno. Altares efímeros para el
Amor de los Amores. ¡Adoremos a Cristo Redentor! De rodillas nos
postramos, Señor, ante el Sagrario, ante el Dios omnipotente. “Cristo en
todas las almas y en el mundo la paz”, como dice el himno eucarístico. Si
Cristo estuviera en todas las almas la paz universal sería posible.
Paz. Paz. ¡Cuánto clamamos por la Paz en estos tiempos convulsos!
Sobrecogidos por el horror que la guerra nos provoca, imploramos la Paz.
Señor, líbranos de la desolación y de la muerte. Y haznos instrumentos de
tu Paz. Que donde haya odio, pongamos amor. Y donde haya ofensa,
pongamos el perdón. Y verdad donde haya error. Y esperanza donde
habite la desesperación. Paz, Señor, Paz para Ucrania y para todos los
rincones del mundo sacudidos y devastados por la guerra. Tú en todas las
almas y en el mundo la Paz. Danos, Señor, nuestra Paz de cada día.
Comienza el Triduo Pascual y los Santos Oficios nos recuerdan la
importancia de la institución de la Eucaristía como alimento del Cristiano y la
inmensidad de la Pasión y Muerte de Jesucristo que finalizará en la
madrugada del Domingo de Resurrección, cuando un ángel nos diga “¿Por
qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado”
(Lucas, 24: 5,6) El mensaje de Amor de Jesús Resucitado que nos grita, en la
Plaza de San Antonio, que la muerte sólo es un camino hacia la gloria. Qué
mejor mensaje que la esperanza de una vida junto al Padre.
Los cristianos tenemos la suerte de creer en la vida eterna. Para
nosotros no es una esperanza vana. Los cristianos tenemos fe en que la
muerte no es el final del camino de la vida.
La vida eterna que ganamos con la fe. Y a aquellos que no creen, a
aquellos que no abren su corazón a Cristo, yo les pediría que fueran un
viernes cualquiera a Santa María a ver al Nazareno. Allí podréis ver la fe
que se renueva cada viernes y podréis ver al Nazareno en la mirada de
cada uno de los que elevan su mirada hacia el camarín y le cuentan sus
cosas.
Un viernes de Dolores me encontraba en una atestada Santa María
para hacer fotografías a Jesús Nazareno tras la reja de la clausura. Era tal
el gentío que apoyé mis manos en la celosía y mirando al Señor le pregunté:
¿Tú que tienes para que venga tanta gente a rezarte? Y en ese momento,
me habló. Dios tiene muchas maneras de hablar y de dar respuestas. Yo
sentí un vuelco del corazón y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Os prometo
que sentí a Jesús Nazareno. Por eso cuando alguno de mis amigos ateos
me dice que cómo puedo creer en algo que no se ve, yo le contesto: yo
Creo porque Siento a Dios en mí.
Y Tú, Jesús Nazareno, llevas tallado Cádiz en tu rostro y en las manos
que abrazan la cruz. Tu cruz está hecha del dolor de los hospitales, de los
sudarios de la droga, de la violencia de los hogares, de los que no tienen un
techo sobre sus cabezas o alimentos que llevarse a la boca. De los
ancianos que están solos, de las personas que no tienen quien les eche de
menos. Tu cruz está hecha de pateras y de niños huérfanos, de padres con
hijos encarcelados, de personas sin trabajo, de padres olvidados por sus
hijos. Y está hecha de niños no nacidos y de mujeres que no pueden
concebir.
Por eso, Jesús Nazareno nunca va solo. Le acompañan sus devotos,
siguiendo al Alcalde Perpetuo de la ciudad en su caminar por las calles de
todo Cádiz. Unos cargando con su cruz de promesa, otros con sus pies
encadenados, otros con el rostro cubierto, otros detrás del “Greñúo”
portando la luz de una vela y el resto contemplando su caminar por
Jabonería o por San Juan de Dios. A Jesús Nazareno le siguen y le
acompañan los que lo sienten dentro de sí.
Cómo te quiere tu gente,
Señor de Santa María,
cómo te pide y te habla,
cómo te llora y te mira,
cómo te lleva en el alma
porque Tú eres su vida
y el permanente refugio
de sus penas y su herida.
Tú eres consuelo y amparo
y eres su faro y su guía
y eres su norte y su sur
y su brújula que indica
el que todos los caminos
pasan por Santa María.
Porque Tú eres, Greñúo,
Camino, Verdad y Vida,
el Alma de esta ciudad
que siempre en Ti resucita
aunque se muera cien veces
tras cien cruces de agonía
en cien calvarios malditos
sobre el mar de su Bahía.
Que Tú eres su Esperanza
y eres su Eterna Sonrisa,
esa Sonrisa de Dios
que en tus labios se adivina
cuando en tu noche, Jesús,
bajas por Jabonería.
La noche del Jueves Santo
vas derrochando caricias
y vas cargando en tu hombro
la Cruz de nuestra desdicha
engastada en el carey
y en la plata que perfila
los contornos de la Cruz
del Dios de Santa María.
Como si no te pesara…
¡Qué gitana altanería
la del Señor con su cruz
bajando Jabonería!
¡Cómo te mecen, Dios mío,
al compás de las horquillas!
¡Cómo late el corazón
del barrio Santa María
cuando va Dios sonriendo
con palmas por bulerías!
¡Mira qué cara, Dios mío,
más gitana y más bendita!
¡Mira qué manos preciosas
que ni bastón necesitan
porque su bastón de mando
es el amor!… ¡La medida
de tu poder infinito,
¡Nazareno de mi vida!
Porque eres Alma de Cádiz,
su anochecer y su día,
su levante y su poniente,
su mar, su torre vigía,
su razón y su locura,
su muralla y sus orillas,
su campana repicando
la gloria de la Tacita.
Y eres su embrujo y su suerte.
Y eres, Greñúo, su Vida
y su Regidor Perpetuo
porque, digan lo que digan,
¡aquí quien manda eres Tú,
Señor de Santa María!

Nuestra Semana Santa no sería posible sin los cofrades que forman parte
de nuestras Juntas de Gobierno y las personas que los ayudan.
Cofrades de los de verdad, los que hacen posible el milagro que es
nuestra Semana Santa: los que abren la Casa de Hermandad, los que
preparan los cultos, los que limpian los enseres, los que administran nuestra
cofradía, los que buscan dinero de donde no lo hay para poder atender las
necesidades de la cofradía, los que preparan el ajuar del Cristo, los que
mandan las cartas, los que buscan al sacerdote para que predique los
cultos, los que atienden a la parroquia, los que imparten catequesis, los que
auxilian las necesidades de quienes menos tienen, los que disponen los
altares de culto, los que organizan el cortejo y montan los pasos…Y los que
los desmontan cuando todo ha terminado. Si la Semana Santa sigue de
plena actualidad en nuestra ciudad es porque los Cofrades de verdad lo
hacen realidad.
Cofrades de verdad que no paran de soñar con el montaje de los
cultos y lo hacen posible. Priostes que sueñan el altar de cultos perfecto, las
flores que van a poner, la cera que van a colocar. El florista que sabe
realizar con maestría la piña clásica o la más moderna. El camarista que
prepara el ajuar para su Virgen. El vestidor que tiene la suerte de ser el que
está más cerca de la Virgen o del Cristo y que tiene el privilegio de
embellecer aún más su Imagen.
Qué importante es vuestra labor, cofrades de verdad. Llegamos a la
Iglesia a ver a nuestros Titulares y nos los encontramos entronizados sobre
sus pasos, que han sido preparados con mucho esmero. Pero allí no se han
puesto solos. Sin vosotros, por mucha devoción que tengamos, no sería
posible ni el penitente, ni el cargador, ni el músico, ni el fotógrafo, ni nada.
Sin vosotros y vuestro amor infinito y desinteresado, nada sería posible.
Por todo ello, la pregonera pide un enorme aplauso para los Cofrades
de verdad. Los que con su labor callada y desinteresada pasan horas y
horas en las Casas de Hermandad y en la Parroquia para que la Semana
Santa de Cádiz sea posible, restando tiempo a sus familias y a su tiempo
libre.
¡GRACIAS, COFRADES DE VERDAD, PORQUE SIN VOSOTROS NO
EXISTIRÍA LA SEMANA SANTA!
En el ocaso del Pregón, la pregonera quiere gritar, a todo el que quiera
escucharla, que soy cofrade por la Gracia de Dios y de su Madre Caridad.
¿Creen ustedes que con este acento podría ser una cofrade de Cádiz?
“Miña nai e meu pai son galegos”… Y de esos dos gallegos venidos desde
Bueu, nació esta gaditana, a la que desde pequeña le gustaban las
cofradías. Soy cofrade porque fui llamada por el Cristo de la Humildad y
Paciencia para ser cofrade y mi fe se afianzó después al cobijo de las
manos atadas de mi Señor de las Penas. No lo mamé en mi familia, pero
Dios quiso que mi ser cofrade fuera una vocación. Soy una cofrade
vocacional.
Soy cofrade. Mujer cofrade. Sí, mujer cofrade en aquellos tiempos en
que para hacerme rabiar me decían que era “mujer cofrada”… ¡Qué mal me
sonaba aquello de cofrada! Hoy llevo a gala haber sido mujer cofrade en
tiempos donde eso apenas existía. ¡A cuántas mesas redondas y
entrevistas fuimos Rosa Domínguez y yo a defender el lugar de la mujer en
nuestras cofradías! Pero es justo reconocer que me inicié en una cofradía
donde la mujer y el hombre vestían el hábito nazareno por igual, donde se
negaron a que sus mujeres fueran con un lacito en la capa para que se
reconociera que quien iba debajo del antifaz, era una mujer. Recuerdo que,
en una de mis salidas procesionales, Juan Pizano, que era el fiscal de
procesión en ese entonces, quiso que yo fuera su enlace de fiscalía. Y ahí
me tenían, corriendo de un lado a otro de la procesión, para intentar que en
la calle todo fluyera sin problemas. No os podéis imaginar la de veces que
tuve que escuchar aquello de “mira, mira, es una mujer, se le notan los
pechos”. Como si eso fuera un impedimento para poder acompañar a mis
Titulares. ¡Cuántos se sorprendían de verme subida en alguno de los pasos
haciendo alguna labor!
También recuerdo que la primera vez que voté en una cofradía fue
para decidir si la mujer podía tener voz y voto en el cabildo y si podían
pertenecer a la Junta de Gobierno. Hoy nos puede parecer absurdo pero
esas cosas pasaban hace 40 años. Y algunas siguieron pasando hasta hace
poco más de 20. La realidad cofrade hoy en día es muy distinta a la de
entonces: hoy tenemos voz, voto, podemos ser lo que queramos en
nuestras cofradías. Hoy en las cofradías hay jóvenes, mujeres, hombres,
niños y niñas. Hoy en nuestras cofradías sólo hay personas que con orgullo
también gritan que son Cofrades por la gracia de Dios.
Tú fuiste la primera seguidora de Jesús de las Penas. Tú fuiste, Virgen
Bendita de la Caridad, la que me llamaste para seguirte. Mi vida se ha ido
desarrollando junto a ti, como aquella vez que, recién llegada de tu
remodelación, me acerqué a tus plantas, en el Altar Mayor de San Lorenzo,
y te rezaba para ver si aparecía por allí el muchacho que me gustaba y así
aprovechaba para hablar con él. Tantas horas a solas, tú y yo, mientras
esperaba que llegara Mariano Arce para ayudarle en su quehacer de
ponerte preciosa. Tantos Rosarios de la Aurora tras tu manto, cantándote al
alba. Tantos montajes, tantos recuerdos. La celebración de mi boda, donde
hasta ofrendamos un cuadro tuyo para que nos ayudaras en aquella nueva
etapa que empezábamos a tus plantas. El mismo cuadro que presidió el
altar improvisado en casa, aquel Domingo de Ramos de la pandemia. Mi
ofrenda cuando nacieron mis hijos, a los que, a tu vera, bautizamos a la fe y
por los que aún sigo pidiéndote que me los protejas de todo mal. Aquellos
besamanos en los que ellos se sentaban en tu peana o aquellos primeros
Domingos de Ramos en los que, cansados por el trayecto, en la recogida se
quedaban dormidos en el banco vestidos de penitente, mientras nosotros te
seguíamos contemplando embelesados. Mi pregón a tu Imagen, en el que
se convirtió en uno de los días más felices de mi vida. Y junto a ti, a quien
acudimos a despedir a aquel que con tantísimo amor te acompañaba cada
Domingo de Ramos tras tu manto, Juan Antonio, que sé que hoy desde el
cielo estará junto a mi padre, mostrándose orgullosos de mí en este atril.
Madre Caridad, la que sé que siempre tiene un hueco en su corazón
para todos los que acudimos a tus plantas a dejarte una oración. Que nuestra
teología sea la Caridad. Qué mejor manera de cumplir la voluntad de Dios que
la Caridad. La caridad es la base y la esencia del cristiano; es la virtud más
importante, el Mandamiento de los mandamientos. Al hablar de la caridad, se
habla del amor. Y amar es buscar el bien del otro. Y Tú, Niña Caridad, eres
Amor en cada cuadro colgado en la casa de quienes te queremos, en las fotos
que llevamos en la cartera, como se lleva la del novio; en la estampa que
regalas al amigo que contempla la procesión por la calle y que la besa al
recibirla. Queremos regalar tu estampa, Caridad, porque queremos regalar tu
Amor, porque nuestros corazones están necesitados de amarte, Caridad,
porque el que te ama tiene el alma llena de juventud, de ilusión y de alegría. El
que te ama, derrama el optimismo que el mundo necesita. El que te ama,
alegra la vida de los que tiene a su lado.
Y en siete días, volveré a ceñirme el hábito crema y rojo. Para
acompañarte por las calles de Cádiz para rezarte mientras paso entre mis
manos las cuentas del rosario. Miro hacia atrás y rememoro todos los
momentos que he vivido a tu vera y vuelves a enamorarme como aquella
primera vez que te contemplé en San Lorenzo.
Ahora que mis manos comienzan a arrugarse por el peso de los años,
quiero pedirte, Caridad, que nos sigas protegiendo, que nos sigas
mostrando misericordia, que protejas a mi familia, y que cuando el camino
de mi vida termine, me gustaría que fueras Tú la que me diera la bienvenida
a la Nueva Vida del Padre.
Son tantas y tantas cosas
por las que tanto te quiero…
Que son tantos los septiembres
recontando los luceros
de la aurora renacida
en el azul de tu cielo
que el alma se me desgrana
por tango y campanilleros
para decirte mi Niña
Caridad cuánto te quiero.
Que son tantas las plegarias
y son tantos los secretos
que te he contado en las noches
al cobijo de tu pecho
que no concibo mi vida
sin el bendito consuelo
de tus manos bendecidas
y tus ojos prisioneros
de mis ojos que en tus ojos
de por vida se prendieron.
Siempre Tú… En mis tristezas
y en mis felices momentos,
en la historia verdadera
de dos almas que se unieron
para andar por los caminos
del amor más verdadero.
Siempre presente en mi hogar,
en mi ayer y en mis anhelos,
protectora de mis niños
que, ante tus plantas, crecieron
y se quedaron dormidos
a tu lado en San Lorenzo.
Lleva tu nombre mi hija
y yo te llevo tan dentro
que, con decir Caridad,
palpita mi ser entero.
Son tantas y tantas cosas
por las que tanto te quiero.
Porque un domingo, Señora,
cuando están los candeleros
con la cera chorreando
y la tarde huele a incienso
y despuntan primaveras
los balcones y los cierros,
yo voy contigo surcando
los caminos nazarenos.
Rojo y marfil en el alma,
marfil y rojo en el cielo:
¡Que va llorando por Cádiz
la Niña de San Lorenzo!
Y están besando su cara
los borlones y los flecos
de los caireles de oro
en bambalinas burdeos.
Doce varales de plata
atrapando el firmamento
de tu hermosura infinita
de Princesa de los Cielos.
Filigranas de tocado,
puñal clavado en tu pecho,
corazón en tu fajín,
encajes en tu pañuelo,
toca sobre el manto rojo
y una corona de estreno:
¡Qué guapa, Niña, qué guapa,
pero qué guapa te han puesto
Juan Carlos en la tierra nuestra
y Mariano en tu cielo!
Qué guapa vas los domingos
de los ramos y requiebros
roneando bajo palio,
con tus ángeles meciendo
la belleza inmaculada
de la novia de los cielos
que lleva vestío blanco
y manto color burdeos.
Y va tu novio detrás,
en la tierra y en el cielo,
porque, detrás de tu manto,
tu novio se te hizo eterno.
Y van delante tus hijos
vestidos de nazarenos,
rojo y marfil en la tarde
del Domingo de los Sueños,
infantería de gloria
de infanticos tan pequeños
que juegan mientras reparten
estampas y caramelos.
Y van todos mis hermanos
con su medalla en el cuello,
esta medalla, mi Niña,
que se me clava en el pecho
porque por Ti soy cofrade
de tu Pilar verdadero
y de las Penas Benditas
de tu Niño el Nazareno
que lleva atadas las manos
para desatar entero
el Amor de quienes somos
los testigos de su Reino.
Son tantas y tantas cosas
por las que tanto te quiero…
Tantos ocasos sin luna,
tanta luna renaciendo,
tanta voz en mi garganta
desgranando su requiebro,
tanta súplica callada,
tanta oración en silencio,
tanta emoción contenida
cuando tan cerca te tengo,
tantos domingos de ramos
en las lindes de mis sueños,
tanta Esperanza vertida
al arrullo de tu pecho,
tanto amor, Princesa mía,
tanto amor el que te tengo
y tantas y tantas cosas
por las que por Ti me muero.
Porque por Ti soy cofrade.
¡Por eso tanto te quiero,
Caridad de mis amores,
Mi Niña de San Lorenzo!
¿Cuánto llevas, cofrade de Cádiz, soñando con la próxima Semana
Santa? ¡Llevamos soñando con este momento 1078 días!
Ya están nuestras Imágenes entronizadas en sus pasos en las
iglesias. ¡Alfombremos sus pies con flores! ¡Iluminemos sus pasos con cera!
¡Poned las colgaduras en los balcones! Planchad los hábitos
nazarenos, colgaos con orgullo vuestra medalla, preparad las zapatillas para
llevar sobre vuestros hombros a Dios mismo y a su Madre, poneos vuestras
mejores galas, limpiad los objetivos de vuestras cámaras, afinad vuestros
instrumentos y, sobre todo, estrenad un corazón limpio porque, dentro de
siete días, todo Cádiz volverá a convertirse en un inmenso altar donde
poder rezar a nuestros Cristos y a nuestras Vírgenes.
¡Cofrades de Cádiz! En siete días se abrirán las puertas de San
José y estará la primera Cruz de Guía en la calle. ¡Sí, cofrades de Cádiz!
¡Volvemos a la calle!! ¡VOLVEMOS A LA CALLE! Porque sigue siendo
necesario que Cristo vuelva a sufrir la Pasión y Muerte en la Cruz para que
vuelva a resucitar.
¡Volvemos a la calle, cofrades, para gritar a todo el pueblo de Cádiz
que Cristo está Vivo!
AMÉN.


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